
El Papa Francisco. Reuters
Francisco, el Papa que desconcertó a los suyos
Pese a los que decían despectivamente que Francisco quería reformar la Iglesia, como si fuese a meterle grúas y andamios de la cúpula misma de San Pedro a los dogmas del Concilio de Trento, lo suyo fueron los gestos pequeños y la labor callada.
Que Francisco ha sido un Papa a contracorriente lo tenía claro el mundo entero a estas alturas, pero incluso en este trance de morirse (en el que hasta los ateos creen en Dios) ha sido una vez más él.
Mientras Dios resucitaba, él se moría con esa discreción y austeridad de quien no quiere ser protagonista ni en su propio funeral.
Francisco I y ese pudor tan suyo que le llevó durante doce años a que el Papa, más que cabeza de la Iglesia, pareciese una testa más.
Hay algunos hombres que nacen para las grandes ideas y otros para las pequeñas obras y, visto en retrospectiva, el Vaticano, durante esta época, ha sido el kilómetro 0 de las pequeñas obras, y si no que le pregunten a los divorciados, a los homosexuales, a los marginados…
Pese a los que decían despectivamente que Francisco quería reformar la Iglesia, como si fuese a meterle grúas y andamios de la cúpula misma de San Pedro a los dogmas del Concilio de Trento, lo suyo han sido los gestos pequeños y la labor callada.
En medio de una actualidad que iba cavando trincheras día a día y socavando la estabilidad, haciendo guetos ideológicos, dividiendo continentes, enfrentando ciudadanos del mismo país, él seguía contemplando el mundo entero y no sólo a los suyos, que en principio eran los católicos, apostólicos y romanos.

El Papa Francisco.
Él como Cristo, que no hablaba sólo para Pedro y los demás. Si con su papado Juan Pablo II minó el Muro de Berlín, los muros de Bergoglio no eran de este tiempo. Intentó derribar estigmas que la Iglesia tenía pendientes, pero que para muchos católicos aún suponían un mundo.
Porque paradójicamente querer ser un Papa para todos implica no entenderse con algunos.
La labor de un pontífice, más allá de cargar con el día a día de la Iglesia, es sembrar frutos que ya recogerán otros.
Francisco ha vivido los tiempos que le correspondían: días de polarización y de indiferencia a Dios. En medio de ese panorama, él fue un Papa humanista en el sentido más estrictamente etimológico. Nadie podrá decir que el jesuita no ha puesto al hombre en el centro de todo durante estos años, lo que no quiere decir que de fondo no estuviera Dios.
"En la Iglesia hay espacio para todos". Quizá ese sea su legado más importante y no sería un mal epitafio. Habrá intelectuales como Benedicto XVI, hombres buenos como Juan Pablo II, con los que cada creyente sea capaz de identificarse.
Pero con todo, la Iglesia seguirá teniendo esa vocación de universalidad, ese horizonte de llegar a todos, que fue la obsesión más recurrente de un papa argentino que descolocó sobre todo a los suyos, haciéndoles sentir incómodos (que en la mayoría de las ocasiones es la única forma de mejorar).