El doctor Michael “Robby” Robinavitch (Noah Wyle), uno de los protagonistas de 'The Pitt'.

El doctor Michael “Robby” Robinavitch (Noah Wyle), uno de los protagonistas de 'The Pitt'.

En plan serie

'The Pitt': el aroma de la vieja (buena) televisión

La serie de Max, heredera de 'Urgencias' y '24', sigue los códigos del subgénero y aporta algunas novedades en una trama que aborda temas muy actuales.

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A estas alturas no le descubrimos nada a nadie si decimos que The Pitt es la heredera directa de Urgencias (Michael Crichton, 1994-2009) y 24 (Joel Surnow & Robert Cochran, 2001-2010).

De la serie impulsada por Michael Crichton surge el grueso del equipo creativo de esta nueva producción para Max que finalizó el pasado jueves. El showrunner R. Scott Gemmill, el director y productor John Wells y el guionista Joe Sachs trabajaron en la mítica serie de los 90, y Noah Wyle, el otro factótum de The Pitt —protagoniza la serie, la coproduce y escribe dos episodios— ya formaba parte del reparto de Urgencias. Ni que decir tiene que el entorno y los conflictos son los mismos.

De la serie liderada por Jack Bauer (Kiefer Sutherland) se adopta su concentración temporal, pues a lo largo de sus quince episodios se nos cuenta lo que sucede durante un turno en el Pittsburgh Trauma Medical Center. A razón de capítulo semanal, los aproximadamente 45 minutos que dura cada episodio logran transmitir la sensación de que estamos viviendo en tiempo (casi) real lo que sucede en esa convulsa sala de urgencias.

Ahora bien, quizá de manera menos evidente, The Pitt también se apropia de determinados mecanismos presentes en otro hit del cambio de siglo como fue El ala oeste de la Casa Blanca (Aaron Sorkin, 1999-2006). Si en la serie creada por Aaron Sorkin, que John Wells heredó a partir de la quinta temporada, veíamos a un grupo de personas altamente capacitadas luchando codo con codo para lidiar con los problemas que afectaban, día sí, día también, a la administración Bartlett —problemas, todos ellos, relacionados con la más estricta actualidad—, The Pitt podría ser su traslación sanitaria. Son dos series de estirpe hawksiana.

A lo largo de ese turno diurno que arranca a las siete de la mañana y termina a las diez de la noche, veremos cómo muchas de las atenciones médicas están relacionadas con los siguientes temas: la mortandad causada por el consumo de fentanilo, la permeación de la doctrina incel entre los adolescentes, el aborto en relación a los menores de edad, los derechos de la comunidad trans, la crisis de los opioides, la violencia contra las mujeres, la gordofobia, los problemas derivados de la Segunda Enmienda, la atención a pacientes con trastorno del espectro autista… 

Todo eso en un ala de urgencias permanentemente colapsada, con una sala de espera que parece el camarote de los hermanos Marx abarrotado de gente dispuesta a apalizar al Dalai Lama con tal de ser atendida y con el debate entre la falta de recursos y la rentabilidad siempre abierto. De hecho, el duelo entre Gloria (Michael Hyatt), la gerente del hospital, y el director adjunto de urgencias, el doctor Michael “Robby” Robinavitch (Noah Wyle) marca el devenir discursivo de la serie: mientras una pide que mejoren las estadísticas de satisfacción de los pacientes, el otro exige más personal para brindar mejor atención médica y que las cifras se incrementen, amén de señalar que el hospital ahorra costes si no sube a los enfermos a planta y los mantiene en urgencias. En The Pitt la debilidad del sistema sanitario choca frontalmente contra la dictadura del beneficio implantada por el turbocapitalismo.

De El ala oeste de la Casa Blanca también se asumen diversas pautas de realización (no es casual que John Wells dirija el piloto y el season finale). Se da preferencia a las tomas largas sin caer en la moda del ampuloso plano-secuencia infinito. Como en los famosos walk and talks popularizados por la serie de Sorkin y su equipo, la cámara sigue a los personajes por los pasillos y los boxes del hospital mientras buscan soluciones, discuten o se sueltan pullas.

Ese desplazamiento que permite entrelazar los múltiples puntos de vista que hilvanan la propuesta, sumado el enérgico uso de la steadycam, proponen una aproximación inmersiva al biotopo hospitalario —la secuencia de arranque (filmada de arriba a abajo y del exterior al interior) ya sugiere esa idea de inmersión—. Todo ello se combina con un montaje sincopado (sin alcanzar la cadencia de una ametralladora) para sumergirnos en el seguimiento exhaustivo del trabajo médico.

Un momento de 'The Pitt'.

Un momento de 'The Pitt'.

Al contrario que otros dramas sanitarios de probado éxito, The Pitt abandona por completo las tramas románticas, apenas sugeridas por la tímida y cuasi adolescente atracción que Javadi (Shabana Azeez) siente por Mateo (Jalen Thomas Brooks), y se despega del modelo melodramático que explotan series como New Amsterdam (David Schulner, 2018-2023) o la recién estrenada Pulso (Zoe Robyn, 2025).

Eso se observa claramente en la eliminación de la música de la banda de sonido. Si aparece una canción es porque algún personaje la está escuchando, y apenas se introduce música extradiegética de manera muy sutil y en pasajes muy concretos: aquí la emoción brota sin aditivos, los creadores son conscientes de que los casos explorados y sus consecuencias tienen la potencia suficiente como para hacer que las piedras o Elon Musk lloren y no manipulan el sistema afectivo del espectador con suites de piano o solos de violín.

Hemos dicho que The Pitt es vieja/buena televisión y basta con atender al diseño de personajes para confirmarlo. De hecho, la serie creada por R. Scott Gemmill parte del arquetipo —incluso del estereotipo en muchos casos— para terminar, en un tour de force final de cuatro episodios, los que van del 12 al 15, dándoles la vuelta.

Señalemos, primero, que pese al alto volumen de casos que se acumulan (¿quizá demasiados?), los guionistas nunca dejan de prestar atención a sus personajes (y a su humanidad). Recordemos que estamos en un turno de día en el que muchos de los médicos que atienden todavía no lo son, pues hay un puñado de estudiantes en prácticas aprendiendo sobre el terreno, amén de residentes en su primer día de trabajo en el Pittsburgh Trauma Medical Center. Gemmill y su equipo salen bien parados de la paradoja que la estructura de su serie entraña, que no es otra que lograr un diseño de personajes mínimamente robusto en una historia que se concentra en 15 horas.

Para evitar que esos roles sean una mera carcasa, más en una serie trepidante como un tren a punto de descarrilar, los guionistas se esfuerzan por perfilar los conflictos y, atendiendo a la codificación propia del subgénero, se nutren de tópicos para armar el relato: el médico en prácticas al que se le muere un paciente, la hija prodigio de una cirujana sobre la que cuelga la etiqueta de enchufada, la debutante arribista y problemática a la que le paran los pies, el doctor guaperas arrogante...

Un momento de 'The Pitt'

Un momento de 'The Pitt'

The Pitt es una serie vieja en todos los sentidos, primero porque se presenta como heredera de una tradición, después porque no teme ser didáctica, ni dar lecciones de historia médica, ni renunciar a los tecnicismos —es explicativa en aras de la precisión—, pero también porque asume los códigos del subgénero al que pertenece sabiendo que los amantes de los dramas médicos obtendrán placer en el reconocimiento de determinados tics (esa es una de las claves del buen funcionamiento del género en cualquier formato, ya sea cine, series o literatura).

Eso no significa que los ideólogos de la serie, por lo demás curtidos en mil y un shows, no sean capaces de introducir ciertas innovaciones. La primera, que ya se observa en los apuntes temáticos arriba mencionados, tiene que ver con mostrar una sociedad diversa y plural. Basta con atender al personal del hospital (enfermeras que hablan tagalo, médicos de distintas procedencias) para observar ese entorno multirracial dentro de una propuesta integradora (que la serie recibirá el calificativo de woke lo saben hasta en Groenlandia).

Sin embargo, lo más interesante es ver cómo esos personajes arquetípicos terminan incorporando matices que se apartan de lo obvio y que están en consonancia con el crudo realismo que la serie establece. Pongamos solo algunos ejemplos. El doctor Robby, a pesar de su preparación, de su talento para gestionar conflictos y de su autoridad, termina devorado por la ansiedad, superado por los acontecimientos, colapsando ante la imposibilidad de metabolizar tanto dolor, tanta responsabilidad.

El doctor Langdon (Patrick Ball), acusado por la novata Santos (Isa Briones) de utilizar fármacos del hospital para uso propio, no obtiene la redención que todo el mundo esperaría toda vez que, en el punto álgido del show, se presenta para echar una mano y ayudar en lo que pueda. Para él no hay perdón, solo justicia.

La enfermera jefe de urgencias, Dana Evans (Katherine LaNasa), sostén de todo el conglomerado de efectivos que pululan por la planta, veterana coordinadora y pieza fundamental para el buen funcionamiento del hospital acaba derrotada, incapaz de seguir un día más haciendo frente a un ritmo frenético, a unas condiciones laborales injustas y a un trato vejatorio que, en su caso, desemboca en la agresión de un paciente. Un incidente que, además, no tiene un cierre reparador, pues los guionistas se olvidan del agresor, demostrando que lo que importa es lo que pasa en el hospital y no fuera.

Y por último tenemos ese encuentro final entre dos personajes tan dispares como Whitaker (Gerran Howell), el estudiante de medicina procedente de una familia de granjeros de Texas protagonista de uno de los más hilarantes running gags de la serie, y Santos, médico interna en su primer día de trabajo, caracterizada por una insolencia y una agresividad que funcionan como escudo para ocultar no pocas carencias.

El desenlace que ambos compartirán, y que nos abstendremos de revelar, apunta no solo a la precariedad y al sacrificio que no pocos jóvenes sin los recursos suficientes deben hacer para ser médicos, sino a la necesidad de fomentar el compañerismo y el trabajo en equipo, sin dejar de asumir responsabilidades, aun sabiendo que, muchas veces, las cosas no saldrán bien. Que ese cierre lo protagonicen el novato más tierno y la tipa más exasperante tampoco es casual.

Un momento de 'The Pitt'

Un momento de 'The Pitt'

También resulta interesante observar cómo esa vertiente humanista en la que se inscribe The Pitt afecta a la agenda de temas a tratar. Pensemos en esa subtrama que sobrevuela toda la temporada y que empieza con una madre que se autointoxica para que su hijo la acompañe al hospital a fin de que pueda estar bajo vigilancia, pues ella teme que su retoño haga una barbaridad después de encontrarle una lista de chicas a las que desea eliminar.

Al contrario que en Adolescencia (Jack Thorne & Stephen Graham, 2025), que también aborda esta cuestión, aquí el conflicto se llena de matices y su gestión abre debates profundos (¿denuncia inmediata? ¿labor psicológica? ¿justicia preventiva?). Al final, en consonancia con la propuesta, se opta por un enfoque no condenatorio-sensacionalista, que, además, exige un cambio de perspectiva en la doctora Dra. McKay (Fiona Dourif) a la hora de encarar/resolver el problema.

Desde el punto de vista de la escritura uno detecta rápidamente el dominio que poseen los creadores de las formas cortas y largas en lo que al diseño de tramas se refiere. The Pitt se aparta de las series de procedimiento para conformar una estructura serializada en la que distintos argumentos se van superponiendo. Existen running plots que abarcan toda la temporada —la plaga de ratas, el fabuloso personaje de Myrna (Jeanette O’Connor)—, otros que se despliegan arcos capitulares —el kraken, el robo de la ambulancia— y algunos que se nutren de la recurrencia hospitalaria; esto es, pacientes que son atendidos, que son dados de alta y que luego regresan. Esa combinatoria hace que la serie vaya como un tiro, y otro tanto sucede con la inyección de paliativos humorísticos que descargan las tramas de tensión (las apariciones estelares del viejo hippy del capítulo 12, por ejemplo).

En lo visual, y más allá de su eficiente funcionalidad, The Pitt deja algunos apuntes que merece la pena resaltar. En primer lugar, el uso del primerísimo primer plano solo en los momentos en que aquello que sucede afecta psicológicamente a los personajes, principalmente al doctor Robby (véase la conversación con el adolescente problemático al final del piloto).

O algunos detalles de puesta en escena que salpican esta serie tan solvente como deudora de unos esquemas prefijados. Ejemplo: en el séptimo capítulo, la doctora Collins (Tracy Ifeachor) le dice a la madre de una menor de edad que quiere abortar que, si se lo impide, quizá la aleje por siempre de su vida. En ese punto, aprovechando el movimiento de salida de la médica, pero sin hacer un plano de seguimiento, la cámara se aleja de la madre, mostrando su desamparo y adelantando las consecuencias que podría tener la prohibición que trata de imponerle a su hija.

Eso sí, no todo son aciertos. La manera de ilustrar los flashbacks que remiten a la pandemia y a la pérdida del mentor del doctor Robby son enfáticos e innecesarios. Determinados diálogos parecen extraídos de manuales de autoayuda, por más que la serie insista en la necesidad del refuerzo positivo en una profesión habituada a vivir con el error (fatal). 

Más allá de esto, terminemos con una cita que define a la perfección lo que supone The Pitt. Su autor, Twitter o X mediante, es Alberto Lechuga, redactor jefe de la revista SoFilm: “serie de gente haciendo su trabajo, con esa cosa noble de primar la humanidad de sus personajes (gente de aspecto normal, linaje de secundarios: ¡bravo!) frente a cualquier otra argucia narrativa. Hawksiana, adictiva y reconfortante en su clasicismo”. Amén.