
Una imagen de 'La cacería'
'La cacería', un tenso 'thriller' sobre los casos de abuso sexual en la iglesia católica
Esta miniserie de tres episodios basada en un caso real y estrenada por Filmin el pasado 18 de marzo contiene uno de los finales más demoledores de la ficción seriada reciente.
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Después de una fiesta, el joven José Mirkovich desaparece. La suboficial Antonia Loij (Manuela Oyarzún) trabaja con denuedo para dar con su paradero, pero sus esfuerzos resultan ímprobos. A la pequeña ciudad del sur de Chile donde todo sucede, llega el ex-capitán César Rojas (Francisco Melo), quien ahora trabaja como investigador privado para un bufete de abogados especializado en delitos sexuales. Ambos, de manera un tanto accidentada, establecen una unión laboral temporal para alcanzar el objetivo que persiguen.
La historia, que contiene uno de los finales más demoledores de la ficción seriada reciente, se abre a una tercera línea narrativa, esta protagonizada por el capitán Carrasco (Gastón Salgado), enviado por sus superiores a la región del Bio-Bio para que dé carpetazo al asunto con la mayor prontitud posible.
Nótese que La cacería: en el fin del mundo, es la continuación de La cacería: las niñas del alto hospicio (2018), miniserie que quien esto firma no ha visto, situada en los 90 y que aborda el caso de un asesino en serie amparado por las autoridades, además de fijar la relación entre Rojas y Carrasco, por aquel entonces capitán y subteniente respectivamente, a la que se da continuidad en esta secuela. Ahora bien, no es necesario haber visto la primera parte para entender todo cuanto sucede en estos tres episodios de apenas una hora cada uno, ni siquiera para comprender los tensos lazos que amarran a los dos policías.
En cualquier caso, los puntos de interés del nuevo trabajo de Juan Ignacio Sabatini (Matar a Pinochet) se encuentran, por ejemplo, en su capacidad para extraer de paisajes, escenarios y diseño de ambientes un jugo malsano que se derrama por todo el metraje. Al trabajo de Eduardo Bunster en la dirección de fotografía, que oscila entre los verdes oscurecidos de una jungla acechante y el naranja herrumbroso de un engranaje en mal estado, colores que se ajustan al Chile que la serie describe; a estas elecciones cromáticas, súmenle un insistente uso del reencuadre que asfixia prácticamente a todos los personajes.
Y es que este es un relato sobre la opresión, no olviden que está basado en hechos reales (chequeen el nombre de Ricardo Harex). En el primer episodio, durante una vigilancia rutinaria, la suboficial Loij inspecciona un vehículo detenido justo delante de una zona de ocio en la que los jóvenes, la mayoría ebrios, apuran las últimas horas de la noche. En el interior del turismo está el padre Correa (Otilio Castro), máximo responsable del colegio Salesiano de la ciudad, que afirma estar supervisando a los chavales y comprobando que regresan sanos y salvos a sus casas.

'La cacería'
Sabatini filma ese primer encuentro aprovechando la ventana del coche para superponer los rostros de policía y cura, conformando una imagen que desde un punto de vista estrictamente dramático sintetiza el devenir de la narración pero que, además, apela a la histórica fusión entre policías, militares e iglesia.
Esa es la peliaguda cuestión que aborda La cacería, la existencia de una correa de transmisión informativa instalada en tiempos de la dictadura militar que el clero accionaba para proporcionar datos relevantes a los cuerpos de seguridad y que en el camino de vuelta tomaba la forma de un salvoconducto que permitía a la iglesia cometer y/o encubrir tantas tropelías como se produjesen en su seno.
Tan ominosa connivencia perdura hasta nuestros días -y si no, consulten los nombres de Fernando Karadima y Juan Barros- pues las jerarquías de ambas instituciones siguen instaladas en sus puestos de mando y de gobierno, y se preocupan de que el armario de los esqueletos siga cerrado a cal y canto.
En La cacería no se trata de averiguar quien fue el culpable de una desaparición que todo el mundo asume como homicidio desde el principio, sino más bien de establecer una doble búsqueda que pasa por encontrar el cuerpo de Mirkovich pero también por dar con el principal sospechoso, que no es otro que el padre Correa, un viejo cura salesiano con un historial de abusos enmascarado por la ausencia de denuncias.

'La cacería'
Uno de los problemas de La cacería lo encontramos, precisamente, en la visualización de la relación entre Rojas y el padre Correa, presentada a golpe de enfáticos flashbacks que bien podría haberse suprimido, pues la potencia del conflicto, que estalla en el desolador final que mencionábamos, hubiera cobrado todavía mayor intensidad si el terrible vínculo que los une hubiese sido revelado únicamente en el desenlace, mostrando hasta entonces algunos signos exteriores del insondable tormento interno que devora al ex-capitán. Una idea visual que, además, contrasta con la sobriedad del resto de la serie.
El otro punto débil lo encontramos en la representación de los miembros de la iglesia. Por un lado, los guionistas tratan de buscarle el envés humano al capitán Carrasco, un policía turbio, dispuesto a cumplir a rajatabla las órdenes que le den sus superiores por terribles que sean, que sin embargo se esfuerza por mostrarse afable delante de su hijo pequeño.
Esa leve humanización de un personaje no la encontramos en ninguno de los representantes del catolicismo que aparecen, señores perennemente ensotanados que no dudan en amenazar a la que fuese profesora de Mirkovich con arrancarla de su trabajo si no permanece en silencio, o en transformar la ayuda a los padres del desaparecido en herramienta de presión, o en utilizar todos los recursos a su alcance para disuadir al detective o frenar la investigación.
Las víctimas les importan un carajo, perpetuar sus privilegios es su única ambición, pero incluso para alguien tan ateo como este cronista -alguien que, además, acepta gustoso el adjetivo de anticlerical– que todos los prelados estén cortados por el mismo patrón le resulta demasiado tendencioso (aunque uno repasa el historial de desmanes de la iglesia católica, especialmente en Chile, y la cosa ya no le parece tan desproporcionada).

'La cacería'
Ahora bien, eso no quita para que Sabatini encuentre diversas formulaciones visuales para denotar el poder omnímodo e imperecedero de la iglesia católica, como situar la primera reunión entre Rojas y el arzobispo Moretti (Cristián Campos) en un invernadero -en lo que parece un guiño a El sueño eterno (Howards Hawks, 1946)- un espacio pensado para la conservación, en este caso del poder.
Pero hasta alcanzar ese doble final en el que no hay catarsis ni reparación, una clausura que vincula esta miniserie con dos obras tan distintas como El club (Pablo Larrain, 2015) y Mi reno de peluche (Richard Gadd, 2024), antes hay que peregrinar por un calvario de represión, abuso policial, desinformación, muerte y violencia.
Quizá la escena más significativa la encontremos en el episodio final. Se trata de una reunión, en un bar, entre Carrasco y su superior, filmada con tomas muy largas que solo se cortan para variar la escala y que tiene un plano final tremebundo en el que la unidad espacio-tiempo y los paneos vienen a establecer la continuidad de un irrompible hilo de corrupción que conecta a la vieja guardia con sus nuevos cachorros mediante una frase lapidaria: “a nosotros (policías y militares) siempre nos van a necesitar”. Una imprescindibilidad que deriva en la pervivencia de la impunidad más absoluta.