Vivimos entre milagros, inmersos en esta cotidianidad burocrática. Hoy que es Domingo de Resurrección y resucita todo. Hoy, que empieza la primavera, aunque hubiese empezado ya, porque comienza la Pascua Florida. Hay una resurrección espontánea y una resurrección voluntaria, como si hasta ahora no hubiésemos entendido nada, como si acabase de enhebrarse la vida. Recorrer Castilla en este hervidero de verdes: verde trigo, verde botella, verde laurel, verde sacramento, verde Mudarra, que son los tonos que desbordan mi páramo cuajado en verdes. "Verde, que te quiero..."

Y dicen que esto está muerto, como si Castilla fuese un Cristo yacente y olvidado. Un Cristo románico, gótico, barroco. Un Cristo anónimo al que se le atribuyen todos los milagros, un Cristo al que sacan los políticos en procesión cuando necesitan justificar de dónde vienen, un Cristo de palo que de tanto estigma, qué no sangre es un milagro. Y nosotros, como santo Tomás, metiéndole el dedo en todas las heridas a esta tierra de la agonía, de la soledad, de las injurias, de los humillados, de la gloria, de la paciencia y del silencio.

Hay cada vez más gente joven; objetivamente, sin literatura. Hay una Castilla que cuaja, un "creced y multiplicaos" que acaba aquí, que como todo empieza en pequeños brotes. En aventureros que ven una oportunidad donde antes otros sólo vieron una condena. Gente joven que vuelve con ganas de obrar milagros. Y el milagro en sí es que vuelvan. Como mis amigos Juanpa y Alicia que, cuando han sido padres, han entendido que en Valladolid se vive bien, que aquí da tiempo a dejar a los críos en el colegio. Que aquí hay tiempo para vivir y a trabajar.

Cada vez conozco más historias que saben de esa filosofía, que les da por resucitar lugares que en principio eran viejas glorias, tumbas del Cid campeador por las que sólo pasaba la gente para santiguarse ya como la casa de Adolfo Suárez, adalid de la democracia, en Ávila. Es lo que ocurre con Caleña, el restaurante que han montado unos amigos en Ávila, junto a la muralla conventual y mística sobre la que pone sus cimientos al sur Castilla. Porque la alta cocina tiene algo de misticismo contemporáneo, de decir poco en palabras y mucho con las manos. Aquello de "obras son amores..." y qué amores.

Ellos han entendido la cocina como una resurrección moderna de lo nuestro. Con algo de misticismo, que es todo puchero bien hecho. Caleña es una resurrección mística en mitad de Castilla. Otra victoria sobre la muerte, sobre la modernidad gentrificada del kilómetro 0, como si nos hubiese más kilómetros 0 que Madrid.