El papa Francisco y el cardenal José Cobo, durante una audiencia en 2023.

El papa Francisco y el cardenal José Cobo, durante una audiencia en 2023. Archidiócesis de Madrid

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Cobo, el artífice del pacto con el PSOE por el Valle de los Caídos: le llaman "cardenal meteorito" por su ascenso con Francisco

El arzobispo de Madrid usó su línea directa con el Vaticano para interceder en favor de los monjes benedictinos, históricamente contrarios al Gobierno.

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Hay figuras que crecen en silencio y, de repente, estallan en el centro del escenario. Figuras que incomodan, que obligan a definirse, que alteran el equilibrio de poderes en espacios donde inercia es sinónimo de costumbre. En la parsimoniosa Iglesia española, acostumbrada a la jerarquía, los tiempos pausados y los liderazgos previsibles, todo un arzobispo puede transformarse de la noche a la mañana en la bestia negra que rompe las tensiones entre la Conferencia Episcopal, el Gobierno y los sectores ultraconservadores. Tanto que incluso un hombre de Jesucristo puede acabar tachado de Judas.

Sus críticos llaman a José Cobo (Jaén, 1965) "cardenal meteorito", que es una forma de reconocer su rango al frente del arzobispado y a la vez poner en duda lo rápido que ha ascendido en el ministerio eclesiástico. En apenas un año pasó de ser un obispo auxiliar discreto a convertirse en el arzobispo de Madrid y en la voz que ha sellado un acuerdo con el Gobierno sobre el futuro del Valle de Cuelgamuros. De todo esto hay dos temas importantes: primero, que es de los pocos españoles que tiene línea directa con el papa Francisco; y segundo, que es el máximo representante de la facción progresista de la Iglesia. 

De aquí parten la mayoría de los problemas actuales. Cuando el Gobierno anunció la "resignificación" del Valle de los Caídos, Cobo medió personalmente para que los monjes benedictinos pudieran permanecer en la abadía, evitando un conflicto mayor. Este fue un equilibrio delicado, pero que evidencia la capacidad de un cardenal progresista para interceder en favor de una congregación históricamente muy cercana a la ultraderecha. También su apuesta por un poder eclesiástico que dialogue con el poder civil, en lugar de atrincherarse en el victimismo que otros sectores estaban esperando.

Así, ha dado igual que los benedictinos mantengan su residencia y que el Gobierno haya cedido en todo lo negociado por Cobo. Al anunciarse el acuerdo, los sectores más nostálgicos de la Iglesia —alentados también por los de la política— acusaron por igual al Gobierno socialista de anticristiano y al episcopado madrileño de socialista, o algo así. Como mínimo, le han llamado desde "Judas" hasta "enemigo de la fe", en palabras de la asociación ultra HazteOir. Haga lo que haga, el cardenal Cobo es el cardenal que joroba. 

Desde una parte del clero se cree que esos ataques reflejan el miedo de estos grupos a perder el monopolio del catolicismo en España, un debate que ya se tuvo durante las últimas elecciones a la Conferencia Episcopal, de la que Cobo es vicepresidente desde 2024. Ahí fue cuando empezaron los rumores sobre que era un "caballo de Troya" de Francisco, como se le llamó entonces desde cierto sector del obispado, aquel formateado a imagen y semejanza de los pontificados anteriores, que nunca ha terminado de tragar con la línea profética, rompedora y primaveral de Bergoglio.

Aquí entra la segunda de las críticas a Cobo. Que no sólo es "meteorito", sino también "progre", y que representa una idea de la fe que confronta de lleno con la histórica jerarquía autoritaria, con la Iglesia que dicta y condena en lugar de acompañar. Tampoco ayuda que su talante le haya llevado en ocasiones a lanzar mensajes incómodos, como cuando pidió "no demonizar al rival" en plena batalla por la amnistía.

Cobo, lejos de replegarse, parece estar cómodo en este papel. Su cercanía con el Papa lo blinda frente a las presiones internas de la Conferencia Episcopal, donde algunos cardenales miran con recelo su ascenso. Su apuesta es clara: una Iglesia que hable el lenguaje de la sociedad actual, que no tenga miedo a abrirse al mundo y que no se deje secuestrar por los nostálgicos.

Enfrente tiene a quienes sueñan con un sacerdocio sometido a los dictados de la derecha más extrema, con obispos que hagan más oposición al Gobierno que al Maligno y que hablen más de política que del Evangelio. Pero si algo ha demostrado en estos meses es que no teme el conflicto. Y eso, en una Iglesia que durante demasiado tiempo ha preferido mirar hacia otro lado antes que enfrentarse a sus propios demonios, es una revolución en sí misma.