El pasado 7 de diciembre, The New York Times publicó un artículo de opinión de David J. Morris, profesor de escritura creativa, bajo un título chocante: “La desaparición de los hombres de letras debería preocupar a todos”. Morris recordaba un tuit de la novelista Joyce Carol Oates del año 2022 en que decía: “Un amigo, agente literario, me dijo que ni siquiera consigue que los editores lean las primeras novelas de jóvenes escritores blancos, por muy buenas que sean”.
¿La razón? “En las últimas dos décadas, la ficción literaria se ha convertido en una actividad mayoritariamente femenina. Cada vez más, las novelas son escritas y leídas por mujeres”. El pasado año, más de tres cuartas partes de los libros de ficción más vendidos eran obra de mujeres, según The New York Times.
A estas estimaciones hay que sumar las mucho más sorprendentes que vuelca el periodista cultural Jacob Savage en la revista estadounidense Compact. En un artículo publicado el pasado 25 de marzo bajo el título “El escritor blanco desaparece”, Savage dice que “es bastante fácil rastrear el declive de los jóvenes blancos en las letras estadounidenses: basta con consultar las listas de los mejores libros de ficción del New York Times”.
En 2012, incluían siete hombres blancos estadounidenses menores de cuarenta y tres años (el límite actual para ser millennial); en el año 2013, seis; en 2014, seis. “Para 2021, no había ningún millennial blanco. No hubo ninguno en 2022, y solo uno en 2023 y 2024 (desde 2021, solo dos de los 72 millennials incluidos eran hombres blancos). No hubo millennials blancos en la lista de ficción de fin de año de de 2024, ninguno en la de Vanity Fair ni en la de The Atlantic. Esquire, una revista aparentemente dirigida a hombres millennials, ha incluido a cincuenta y tres escritores de ficción millennial en sus listas de libros de fin de año desde 2020. Solo uno era un hombre blanco estadounidense”.
Sigo con las alucinantes estadísticas que enumera Savage, relativas todas a Estados Unidos: “A lo largo de la década de 2010, el acceso a la literatura para hombres blancos se vio prácticamente interrumpido. Entre 2001 y 2011, seis ganaron el premio Young Lions de la Biblioteca Pública de Nueva York para novela debut. Desde 2020, ni un solo hombre blanco ha sido nominado (de un total de veinticinco nominaciones). La última década ha visto setenta finalistas para el Premio a la Primera Novela del Centro de Ficción, y, una vez más, ningún millennial estadounidense blanco heterosexual. De los catorce finalistas millennials para el Premio Nacional del Libro durante ese mismo período, ninguno es hombre blanco. La Beca Wallace Stegner de Stanford, una plataforma de lanzamiento para jóvenes escritores, actualmente no cuenta con ningún becario de ficción y poesía blanco (de veinticinco becarios de ficción desde 2020, solo uno era un hombre blanco). Tal vez lo más sorprendente es que ni un solo hombre blanco estadounidense nacido después de 1984 ha publicado una obra de ficción literaria en The New Yorker”.
La creciente diversidad racial y cultural y el imparable avance de las mujeres en el campo de la escritura no pueden ser despachados como modas pasajeras
Debo a Rodrigo Fresán, infatigable proveedor de este tipo de noticias (y muchas otras), la lectura de los dos artículos citados, que remiten a otros varios en que se discurre de un modo u otro sobre el acelerado retroceso de la vieja hegemonía de los escritores blancos.
La creciente diversidad racial y cultural y el imparable avance de las mujeres en el campo de la escritura no pueden ser despachados como modas pasajeras, ni mucho menos atribuidos al ascendente de lo woke. Como observa Jacob Savage, eso podría explicar la ausencia de escritores blancos en las listas de premios, pero no por qué estos parecen estar fracasando tan rotundamente en conectar con el espíritu de la época. El fenómeno requiere reflexiones de mucho más calado. Trataremos de proponer alguna.