Ya hace algún tiempo que venimos dando vueltas al tema de la inteligencia artificial. Y hay mucha gente que mira la cuestión con recelo, como si se tratara de un monstruo que ha venido a cargarse nuestro modo de vida por completo, y que se avecina un desastre de proporciones cósmicas.
¿Exageran? Pues, haciendo un alarde de galleguismo, diría que ni sí ni no, sino todo lo contrario. Porque si bien es cierto que supone un cambio importante, con algunas aristas que dan verdadero vértigo, no es la primera vez que nos encontramos con cambios esenciales. Y hemos sobrevivido.
Recordemos que no hace tanto no existían los ordenadores, ni nada que se le parezca. Todavía estamos en marcha generaciones que crecimos con las máquinas de escribir y el papel de calco, que descubrimos las calculadoras como el no va más de la tecnología y que ni soñábamos que algún día el teléfono se convertiría en una prolongación de cada cual.
Eran tiempos en los que los números de teléfono se asociaban a una casa, y no a una persona, y las conversaciones empezaban por un "Dígame, ¿Está Fulanita?". Hasta se hacían chistes con la onomatopeya de las teclas. Piticlín, piticlín
Y si hablamos de Internet y de todo lo que supone, incluidas las redes sociales, ya son palabras mayores. Sobre todo, teniendo en cuenta que aún hay muchas personas vivitas y coleando que recuerdan la llegada de la televisión y, lo que es más difícil de imaginar, la vida sin televisión.
Ni que decir tiene que las plataformas, la multitud de canales y todo lo que asumimos hoy con naturalidad era, simple y llanamente, impensable.
Si pensamos en los medios de transporte, la cosa es, si cabe, más evidente. Hemos pasado de la llegada del utilitario, en el último tercio del siglo XX a toda clase de modelos de automóviles, con cualquier fuente de energía, que a punto están de llevarnos de un lado a otro incluso sin conductor.
Aunque tal vez nos hemos pasado de frenada y de ahí la vuelta a las bicicletas y a los patinetes para no acabarnos de cargar un mundo que hemos contaminado demasiado.
Los ejemplos podrían ser muchos más, tantos, que llevarían a volver a exclamar una y mil veces al Don Hilarión de la Verbena de la Paloma eso de "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Y no solo hemos sobrevivido a todo esto, sino que nos hemos adaptado. Con muchos menos problemas de lo que en principio hubiéramos supuesto.
Por eso hay que pensar que tampoco esto será la hecatombe. Supondrá cambios y nos adaptaremos como hemos hecho siempre, que ya dice con acierto el refranero eso de "adaptarse o morir".
No podemos cometer el error de cerrar los ojos ante esta nueva realidad, que tantas posibilidades pone a nuestro alcance. Lo que hay que hacer es adelantarse, ser consciente de todo lo que nos puede traer de bueno y tratar de aprovechar sus ventajas. Y, por supuesto, ponderar los peligros que entraña para ser capaces de preverlos y evitarlos cuando lleguen, si es que lo hacen.
Estoy segura de que, si hacemos las cosas bien, dentro de unos años hablaremos de esto como hoy hablamos de la llegada de la televisión, de la generalización de los teléfonos móviles o de los ordenadores personales, como algo que supuso un cambio de paradigma, pero no una catástrofe universal.
Quizás peco de optimista, pero es lo que hay. Y si no, preguntémoselo al chat GPT y seguro que nos da la razón. O no.