Cada verano, la firma de análisis Gartner nos regala su famoso y archimentado 'ciclo del hype', una sencilla gráfica en la que sus expertos condensan las principales tendencias tecnológicas en función de las expectativas depositadas en ellas por el mercado y su madurez real. Un trabajo prospectivo de enorme interés, aunque de confianza limitada: recordemos, sin ir más lejos, que el metaverso era algo serio a tenor del juicio de estos investigadores.

Pues bien, la semana pasada esa misma casa nos sorprendía con otra gráfica, en este caso de las "doce disrupciones tecnológicas en etapas iniciales que definirán el futuro de los sistemas empresariales". ¿Qué han intentado hacer desde Gartner? Nada menos que una suerte de prólogo de lo que está por llegar en la arena de la digitalización, cuya valoración radica única y exclusivamente en la visión particular de quienes firman dicho análisis.

No voy a seguir regodeándome en la precisión o no de estos trabajos, pero sí que debo admitir el interés por algunas de las tendencias que recoge este documento. En él encontramos premisas más propias de la ciencia ficción (o del márketing) que de una realidad de negocio, como la simulación inteligente (¿no será la enésima reconversión del gemelo digital?) o los robots polifuncionales, en los que se lleva trabajando décadas y cuyo aspecto novedoso resulta difícil de justificar.

Más valor encontramos en otras de las tendencias planteadas por Gartner, como es el caso de las aplicaciones desarrolladas enteramente por inteligencia artificial. El otro día, tomándome una cerveza con un desarrollador de aplicaciones, me comentaba que había intentado usar la IA generativa y soluciones como GitHub Copilot para ayudarle en su trabajo. Pero, para sorpresa de nadie, el resultado había sido cuanto menos discutible. Eso sí, no parece difícil que la evolución técnica nos lleve a un mayor perfeccionamiento de estos sistemas y a un potencial momento en que la IA sea capaz de hacer gran parte de su labor de manera sencilla. 

La siguiente disrupción en la que me gustaría detenerme tiene nombre poético: inteligencia de la Tierra. Análisis planetario a escala masiva, para entender el clima, los suelos, los océanos, las migraciones. Es de esas tecnologías que te reconcilian con la esperanza. O lo harían, si no supiéramos que muchos de esos modelos acaban encerrados en silos de defensa, no en manos de quienes luchan contra el cambio climático.

Para ello, necesitaremos entrenar los actuales modelos con más datos de los que han existido y existirán en el mundo real. Ya son muchas las voces que hablan últimamente de los datos hipersintéticos: información generada por IA, a partir de información generada por IA, que se basa en datos que nadie nunca recopiló de forma real ¿Estamos entrenando inteligencias artificiales con ilusiones cada vez más pulidas? ¿Son realmente fidedignos, o tan siquiera útiles, estos datos hipersintéticos?

Más allá de estos emblemas, lo que encontramos son tendencias que nadie salvo Gartner tildaría de estar en "etapas tempranas" de su desarrollo o de pasar inadvertidas: computación de bajo consumo energético, chips alineados con las cargas de inteligencia artificial... Curioso que la firma de análisis rebaje estas líneas de trabajo, primordiales para muchas de las multinacionales tecnológicas que todos conocemos.

Hablar de tendencias siempre es tentador, pero es un ejercicio de opiniones subjetivas y valoraciones individuales de escaso valor. Como lo es, dicho sea de paso, esta columna que no deja de ser un análisis del análisis. La hipocresía misma, siendo honestos. Pero es necesario que pongamos los puntos sobre las íes, sepamos el campo que los gurús tratan de abonar para la industria y, sobre ese conocimiento, sepamos tomar las decisiones acertadas y que tengan impacto real más allá del papel y la presentación de PowerPoint...